jueves, 5 de noviembre de 2015

¡No se ve!

“Me alegré cuando me dijeron: Vamos a la casa del Eterno.” 
Salmo 122:1

            Hace muchos años escuché el relato que les voy a contar. Fue narrado por un personaje que nos visitaba del país vecino de Belice, durante un retiro espiritual.
            Resulta que un destacado joven cristiano, se ganó una beca para ir a Inglaterra a estudiar. Todos en la familia se alegraron por la grandiosa oportunidad. Los preparativos de su partida no se hicieron esperar. Cuando llegó el día señalado para el viaje, su madre se le acercó con gran ternura y le dijo: “Nunca te olvides del Dios que te hemos enseñado”. Colocó en su maleta una Biblia nueva y le hizo prometer que la estudiaría siempre.
            El joven pasó mucho tiempo en el viejo continente. Estudió hasta alcanzar un doctorado. La vida universitaria poco a poco lo hizo desistir del estudio de la Biblia que su madre le había regalado. Las corrientes de pensamiento impartidas en las aulas de clase, le hicieron dudar de la existencia de Dios. Permitió que el mundo que lo rodeaba secularizara su vida. Contrajo matrimonio y su pareja no fue la ayuda idónea que le ofreciera apoyo para vivir bajo los principios cristianos que aprendió desde su niñez.
            Tiempo después dispuso pasar unas vacaciones en su natal Belice. Cuando su madre supo de los planes de su hijo, su corazón se llenó de alegría. Hizo los preparativos necesarios para recibirlo. Buscó tener en casa los ingredientes para elaborar sus platillos favoritos. Mandó a hacer reparaciones a su habitación. Compartió con mucha felicidad la noticia de la visita de su hijo con amigos y familiares.
            El día de su llegada fue una fiesta en aquel hogar. Muchos de sus conocidos llegaron a saludarlo. Saboreó de su comida y bebida favoritas. Disfrutó de numerosas charlas llenas de alegría. Cuando quedaron solos en casa, se dispusieron a descansar del día tan largo que tuvieron. Al amanecer, su madre preparó el desayuno con mucha emoción. Pero al ver pasar los minutos y su hijo no se presentaba al comedor, fue a buscarlo.
-          ¡Hijo, levántate! Se nos hace tarde. Tu desayuno está listo.
-          ¡Tarde! ¿Para qué mamá? – respondió desde la cama.
-          Para ir al templo. Hoy es el día del Señor.
-          Mamá, ¿todavía crees en eso? Dios no existe, deja eso para la gente ignorante. Déjame dormir.
Con lágrimas en los ojos su madre pasó un día triste y amargo en la iglesia. ¿Cuántos familiares dejamos tristes o contentos los días de culto y adoración?
Continuará…

Usted ha leído la primera parte de esta historia, en los siguientes enlaces podrá leer la historia completa:


Segunda Parte: leer “Muéstremelo”, en http://gacetadebelen.blogspot.mx/2015/11/muestremelo.html
Tercera Parte: leer “¿Lo sientes?”, en http://gacetadebelen.blogspot.mx/2015/11/lo-sientes.html


Por Galdino Enríquez Antonio

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